Compartíamos material escolar. Por ejemplo los mapas (físicos, políticos y electrónicos), los cuerpos geométricos.
A mí me gustaría tener como recuerdo aquella máquina de afilar lápices que estábamos todo el día llevándola de una clase a otra. Estaba hecha de fundición y tenía una palanca, que girándola, hacía el vacío y quedaba fijada en el borde de la mesa. Como ya estaba segura, ibas a darle a la manivela para afilar , mientras te la habían quitado el vacío sin que te dieras cuenta, y al girar, con la inercia casi te caías. Tenía un cajón para que fueran cayendo las virutas. Pero lo más alucinante es que admitía lápices de diferentes grosores. TODA UNA JOYA. Sólo tenía un fallo, no iba bien para los zurdos. No había muchos porque los maestros de aquel tiempo les ataban la mano a la pata de la mesa. En mi clase sólo estaba Juana Mari, sobrina de un facultativo de minas, del poblado de arriba.
Los maestros nos corregían los deberes con un lápiz con dos puntas, una azul y otra roja.
En mi clase llevábamos un cuaderno de rotación. Cada día de la semana le tocaba a una hacer todo allí. Era el que enseñaban cuando venían los inspectores para reseguir el trabajo de los maestros. Esto era lo que hacía que , junto a la dedicación pues eran muy buenos profesionales para aquel tiempo, tuviéramos una enseñanza excelente. Era supervisada. No se podían dormir los maestros. Cuando íbamos a los colegios donde se juntaba gente de todas partes, se notaba el buen nivel que llevábamos.
Paqui Martos