Te adjunto parte del texto de la historia de mi familia, que estoy escribiendo, y en la que aparece una persona apellidada Calero. El texto es largo; ten paciencia para encontrar el apellido que buscas, pero con ello tal vez tengas más conocimientos sobre la relación entre nuestras familias.
Quede claro, pues, que los orígenes históricos de nuestros antepasados se sitúan desde tiempos inmemoriales en Extremadura, siendo mi padre, Francisco, a quien se refiere, al decir ?excepto uno?, el primero que no nace en la región. Por otra parte, aunque la sociedad bien podría ser matriarcal -de forma que la mujer asume un papel básico en el mundo rural como eje de la subsistencia de la familia-, el juicio pudiera estar parcialmente sesgado por la clara disyuntiva que se observa respecto a mi abuela y mi abuelo: todo lo que conocemos del pasado corresponde a ella, y apenas nada a él. Aunque puede ser consecuencia de esa sociedad matriarcal, más probable parece que los orígenes dinásticos de mi abuela y mi abuelo fueran radicalmente opuestos. La familia de mi abuela tenía un rango del que carecía la de mi abuelo. Mi padre abunda al respecto cuando comenta:
Nuestra familia ha sido un claro ejemplo de matriarcado. La pauta siempre la marcaba mi madre. Mi padre o sus antecesores influyeron muy poco en las decisiones importantes.
De este modo, mi padre no arriesga interpretaciones sobre la organización social de Extremadura, y se cierne a la coyuntura propia de su familia. Todo lo contrario que Ángeles, muy mordaz en la valoración de los hombres de la época, quienes parecían colaborar a la sociedad manteniendo la industria del orujo y el aguardiente:
Los hombres, fuera del trabajo, disponían de poco tiempo, y ése poco lo pasaban en la taberna.
Los primeros nombres que aparecen definidos son los de mis tatarabuelos: Blas Vega y Catalina Pino. Desconocemos la fecha de nacimiento de Blas. Catalina nació en 1807, muriendo a los ochenta y nueve años, en 1896, tras quedar viuda durante varios años. Tampoco sabemos el número de hijos que tuvieron y sólo conocemos que tuvo a una de sus hijas, Magdalena, con 28 años. Poca más información disponemos de ellos; según mi tía Ángeles:
Catalina tenía muy mal genio pero mucho humor, y de mayor se volvió muy miedosa. Al final de su vida quedó casi ciega y andaba con dificultad apoyada en un bastón, un fuerte garrote. Un anochecer, con la calle ya muy oscura y al pasar por delante de una puerta, creyó ver a alguien allí parado, y con su proverbial cortesía saludó las buenas noches. Como nadie contestaba repitió el saludo, y al no obtener respuesta retrocedió indignada y levantando el garrote amenazó??¡He dicho que buenas noches!?. Un burro asustado movió sus orejas dejando a Catalina doblada de risa. Ella misma contaba este hecho.
De ?abueloBlas? se contaba una anécdota referente al aguado de los licores. Le gustaba mucho el aguardiente, y por las mañanas, y antes de salir al campo, jamás renunciaba a su ?traguito?. Uno de sus hijos también era asiduo a la costumbre y durante la noche se levantaba para beber un poquito, reponiendo con agua la diferencia. Estaba claro que la estrategia no podía durar mucho. Una mañana abueloBlas ya no pudo mantener sus dudas y exclamó ?¡Qué flojito está esto!?. Por la noche, el causante echó un chorrito de aguardiente en la camisa de su hermano, que dormía con él. Cuando el padre, que sospechaba lo que estaba sucediendo, olió la camisa del inocente, le atizó una enorme paliza.
Es grato observar la forma en la que mi abuela debía referirse a su abuelo: abueloBlas, pues así ha quedado en el recuerdo de mi tía Ángeles de las historias contadas por su madre.
Junto a estas anécdotas divertidas, los escritos de Ángeles permiten conocer, aunque someramente, algunos detalles sobre la forma de vida. Las familias eran muy extensas, y en muchas ocasiones coincidían tres y cuatro generaciones viviendo en la misma casa, constituyéndose verdaderos clanes. Los parentescos, incluso los muy lejanos, eran fuertemente respetados. No era habitual que las mujeres salieran a trabajar al campo, y su papel en el hogar era, como ya se ha apuntado antes, preponderante:
... Las mujeres mantenían la unión a pesar de las riñas, peleas, rencores y envidias inevitables, sobre todo entre ellas mismas. Las madres transmitían a sus hijas la historia de la familia. Así lo hizo la nuestra, primero en el pueblo y después en París, en los anocheceres de los días de verano o junto a la lumbre en invierno: recordaréis, en verano, delante de la puerta de casa, cuando nos juntábamos un montón de críos alrededor de ella para oírle contar cuentos, casi siempre de miedo o de tontos, chistes, canciones, dichos, refranes, y las costumbres y supersticiones de su pueblo. Contaba grandes o pequeños acontecimientos pasados o presentes de la región. Contaba también lo que llegaba hasta el pueblo de los sucesos del mundo (por los vendedores ambulantes o los arrieros).
Ángeles abandona su análisis de la sociedad extremeña de principios del siglo XIX para recordar sus propias vivencias y recuerdos, por cuanto París aparece repentinamente en su relato, y se dirige personalmente a sus hermanos. Unas líneas después, vuelve a retomar su personal interpretación de la vida en la Extremadura que a ella contaron, y a tantos otros.
En la región, y tanto a principios en esa época como posiblemente mucho después, el trabajo estaba regido por las estaciones del año. Los mayorales de las grandes explotaciones rurales llegaban al pueblo y contrataban voz en alto a la gente para todos los trabajos del campo, especialmente para el cuidado de los rebaños de ganado. Entonces, la familia al completo solía abandonar la casa del pueblo y se trasladaba durante los meses de verano a grandes chozas circulares de caña y ramas. Como detalla Ángeles:
El clan de Catalina ocupaba una gran choza donde vivían todos juntos. En el medio de la choza estaba la lumbre. Por encima, una apertura en el techo para la salida del humo. Una cadena colgaba del vértice superior, por encima de la lumbre, para suspender el caldero donde se hacía la comida. Todos comían directamente de la caldera. Esta forma de compartir el alimento permaneció durante generaciones entre nosotros (hasta que los hermanos mayores empezamos a cambiar la costumbre). Por las noches se tendían las jergas de paja en el suelo, directamente sobre la tierra, para dormir. Quedó en la memoria de mi madre la violencia de los vientos y las tormentas en aquellos campos, y supo transmitirnos el miedo pasado en forma de historias sobre labradores arrastrados por el viento o muertos por el rayo, que caía en ocasiones sobre las chozas prendiendo fuego y quemando todas las posesiones de las familias que en ellas vivían. Mi madre contaba que Catalina solía temblar con el frío de la tormenta, y se metía en el jergón con alguna de las parejas, y nos hacía reír explicando el desagrado e infortunio de los afectados. Al temor de aquellas noches colaboraban cuentos como el del caballo blanco, que galopaba furioso alrededor de la choza y se llevaba a los niños malos que no querían dormir.
Por suerte, los descendientes adquirieron, en alguno de los pasos intermedios, el amor por la intimidad y el odio a la intromisión. A pesar de Catalina, la mezcla de genes debió producirse en alguno de aquellos jergones.
Poco más podemos describir de Blas y Catalina. La historia pasa rápidamente a su hija Magdalena Vega, quien casó con Sebastián Cuesta. Aunque la mayor cercanía debería facilitar un mayor aporte de datos, Ángeles asume no saber nada de éste:
...Sin embargo, de él no se nada. ¿Por qué?
Ello supone que del primer nombre que luego permaneció (Sebastián) y del primer apellido que pronto aprendí a reconocer, Cuesta, no obtendré más información que la propia desilusión de mi tía. ¿Se han ocultado tendenciosamente los orígenes del linaje Cuesta?. Queda de nuevo patente la capacidad de recordar casi exclusivamente las características femeninas del árbol genealógico.
En cualquier caso, es prácticamente seguro que este apellido Cuesta procede de los legendarios cuatro hermanos Cuesta, nacidos en Torrecillas de la Tiesa a finales del siglo XVIII. Y aquí se hace necesaria una referencia histórica, por cuanto uno de los hermanos Cuesta, llamado Don Feliciano, fue jefe de guerrilleros durante la Guerra de la Independencia. Se cuenta de los Cuesta que, al invadir los franceses España, los cuatro hermanos se lanzaron al campo de batalla, a pesar de que uno de ellos, Antonio, solo tenía diez años. En la primera acción salieron derrotados, quedando el niño Antonio oculto tras un árbol. Se salvó de verdadero milagro, pues fue a refugiarse en una venta donde había muchos franceses. Cronológicamente es posible que uno de estos hermanos fuera el padre de Sebastián Cuesta, pues mi bisabuelo Sebastián debió nacer en el primer cuarto del siglo XIX (murió poco entrado el siglo XX); curioso es que nadie haya transmitido recuerdo alguno de estos hermanos Cuesta, con la excepción de unas palabras de mi padre, en las que describe a Sebastián como ... un hombre muy alto, pues decían de él que era un gigante.
Magdalena Vega nació en 1835 y murió a los ochenta y nueve años, en 1924[1]. Su situación económica era bastante desahogada, y parece ser que sus padres o abuelos disponían o habían dispuesto de una panadería. Fue la suya una de las familias más conocidas y respetadas de la comarca. La fuerte personalidad e inteligencia de Magdalena hizo que a sus hijas las llamaran las ?malenas?, recordando en ellas la presencia materna, la ?nombradía?, según palabras textuales de Ángeles. Al parecer, todas las hijas estaban muy unidas y mantenían una gran solidaridad, de modo que cuando surgían rivalidades, envidias o críticas, rápidamente se avisaba del peligro:
?no te metas con las Malenas que saldrás perdiendo?. Hasta tal punto era real el recuerdo dejado que ¡a los sesenta años volví de nuevo al pueblo y me llamaron ?Malena?.
Ángeles indica que todas las hijas interpretaban algún instrumento musical, si bien carecían de educación al efecto, por cuanto los instrumentos a los que se refiere eran panderetas, zambombas o castañuelas. Estaba claro, como también indica, que solían animar las fiestas con su música y su buen bailar, y ese recuerdo, y muchos otros, debió permanecer entre los paisanos.
Una vez más, los halagos vuelven a recaer en el grupo femenino. No me refiero sólo al protagonismo festivo de las hermanas y sobrinas de Magdalena, sino al papel aparentemente neutro que juega en el conjunto familiar Sebastián, lo cual requeriría confirmación de otras fuentes. A pesar de ello, nadie debería dudar que Magdalena debía, en aquel entorno, ser una mujer excepcional.
Sebastián[2] y Magdalena tuvieron trece hijos, de los cuales sólo sobrevivieron nueve. Uno de los fallecidos a temprana edad, cuyo nombre desconocemos, murió por culpa de un hueso de conejo que se le atravesó en la garganta.
Respecto a los hijos que sí salieron adelante, sabemos que fueron cuatro mujeres ? Ana (la primogénita), Filomena, Elisa y Mª del Patrocinio - y cinco varones, de los que sólo se recuerda los nombres de cuatro: Anselmo, Andrés, Urbano y Moreno (en el árbol genealógico simplificado puede seguirse la historia para una más fácil identificación). La única fecha precisa de todos estos nacimientos es la Mª del Patrocinio, Patro, la menor de todos sus hermanos, a quien Magdalena alumbró el 17 de diciembre de 1887.
Ana, tuvo tres hijos, Josefa, Mª Paz y Martín. Josefa nació pocos meses después de su tía Patro, quien no pudo ser amamantada por su madre Magdalena, que ya había cumplido los cincuenta años, y fue Ana la que crió a las dos recién nacidas. Esta curiosa relación iniciada durante la lactancia se mantuvo durante toda su infancia y juventud, ya que Patro se crió y convivió con sus sobrinos como hermana, y se trasladó a dos los hijos respectivos: Joaquina (nacida en 1914) y Ángeles (nacida en 1917). Ángeles recuerda algunas anécdotas de Joaquina:
Tengo muchos recuerdos de Joaquina. Jugábamos en el granero y nos comíamos los melones puestos a madurar entre el grano. Robábamos los higos de la higuera que había en un pequeño corral situado detrás de la casa. También recuerdo nuestra terrible pena cuando murió Magdalena. Yo quería a mi abuela como mi sobrina María de los Ángeles quería a mi madre[3].
La segunda hija de Ana, Mª Paz, fue la madrina de Ángeles. Martín, el único hijo, casó con Isabel Calero, que fue madrina de la segunda hija de Patro, Isabel. Los tres hijos de Ana, ya de mayores, emigraron a San Sebastián con sus respectivos hijos, donde viven sus descendientes.
[1] Según mi tía Ángeles, Magdalena nació en el año 1838. No obstante, mi padre está completamente seguro de que Magdalena murió con 89 años y, por tanto, nació en 1835.
[2] El nombre de Sebastián volvió a aplicarse al primogénito de su hija menor: Mª del Patrocinio.
[3] El día de Reyes de 1998 regalé a mi hermana Mª Ángeles una fotografía enmarcada en la que siendo bebé aparece en el regazo de su abuela Patro. En infinidad de ocasiones mi hermana había repetido que ésa es su fotografía preferida, y ?algún día la quiero poner en un marco y será para mí?.